El Taller
Hace un par de meses asistí a una formación para pequeños empresarios y en uno de los ejercicios nos hicieron escribir en un par de líneas dónde nos veíamos en unos tres o cinco años. Y lo escribí: tener un taller, un espacio físico donde atender a las personas. Un lugar pequeño pero con encanto, con muebles reutilizados, mesas con caballetes y flores por todos lados.
Lo que apunté en unas líneas hace dos meses es hoy una realidad. Cuando pasan estas cosas me pregunto cuánto de lo que yo hago me lleva hacia ese camino o si es que existe algo mayor que yo y mayor que todo que lo facilita y me lo pone en bandeja.
Fue el escaparate lo que me enamoró. Una ventana a la que asomarse y ver un lugar tranquilo, amable y carismático gracias a las flores, de todos los tipos, de todos los colores.
Sí, me lo quedo. Y en una semana me planté con dos cubos de pintura y todas las herramientas (gracias papa) para poder lijar las paredes y pintarlas de un color que (ahora me doy cuenta) es como el fondo de esta página web.
El epicentro del taller son las mesas, hechas a mano por un chico para su propia boda (el anuncio en Wallapop era la mesa llena de flores. ¿Otra señal?) y que yo doy una segunda vida también con más flores. Flores y manos de personas que vienen a experimentar, a jugar, a crear con flores.
Y la idea es que una persona entre al taller pensando que viene solamente a crear algo con flores, pero quizá se sorprenda al notar que las horas pasan volando, que de pronto se sentirá más relajada, más calmada, más atenta a lo que se dice a sí misma. Y de pronto, con solo dos meses de pronto, me doy cuenta que la idea del proyecto ha dado un nuevo giro para cobrar aún más sentido.
Y, ¿sabes qué es lo mejor? que en este taller hay algo de cada persona que siente también este proyecto como suyo. El perchero de mi abuela, el biombo que teníamos en el piso de San Adrián hace 20 años, los taburetes del bar de mi tío, la bolsa de yute tejida por una amiga de mi madre… Y solo lleva abierto dos semanas. Me parece mágico.
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